Las paredes que limitaban la emoción de aquel sonido, fueron
lo bastante gruesas como para impedir mis instintos, pero lo embriagadoramente
finas como para saber que conecté, que me adentré en algo íntimo.
Y tú, al otro
lado de aquello, de ese círculo impenetrable de distancia inaudita, lo supiste,
durante un instante, como se sabe el fin de una vida el segundo anterior, como
se sabe el llanto de alguien débil.
Podría haber permanecido horas allí, ¿podrías?
De los segundos más largos de mi vida, aquel fue el más
bello y estúpido.
La soledad, embarrada en cotidianidad, nos fugó de aquel
encanto.