Escucho, una vez tras otra, oportunidades de silencio, que
no llegan, que se desperdician.
Quisiera que entre todos los derrumbes de esta casa, se
hubiera mantenido en pie, o erigido de nuevo, una especie de templo natural,
vacío, virgen, y atormentado.
Cada vez que pienso en los músculos de tu voz, de sus líneas
apagadas, en sus títulos, avanzo hasta donde debió llegar alguna vez la última
hoja.
Pero no se llegó, al menos a tiempo, no se escribió. Y quizá
ni se pensó siquiera. Era el final de un siglo perdido en diez minutos. Era la
indomable cuestión raptada de sentido,
y fingida hasta morir.