Había un cadáver, sobre el escenario. No importaba, el
concierto seguía. Por supuesto también hubo muertos entre el público, pero de
otro tipo.
Yo no entendía bien aquello, la continuación de aquello. Pero
bailaba, arrasada por los impulsos de otros. A veces se me iban los ojos, a la
sangre, al dolor inerte, creo que eso en realidad tenía efectos
contradictorios, me recuerdo cerrando los ojos y saltando aún más alto.
No te calles ahora, vamos dímelo, acércate más, dilo, con
todas sus letras. Aún te doy duda, a ver si es beneficio.
No tienes ni razones con las que acallar mi ignorancia.
Y ahí voy, a hacerme la tonta, como si no supiera nada, como
si no te hubiera visto ir y venir y volver tres veces.
“No sé de qué me hablas. A mí nadie me ha puesto tu mano encima”.