La guerra entre querer comernos la boca y no poder dejar de
susurrar las letras de esas canciones que nos golpean fuerte, y resuenan de nuestra
voz más que de los altavoces que la expanden.
La guerra de no parar de mirar y de tocar al otro, sintiendo
que poseemos así el sentimiento que se ahoga en la melodía, y si dejáramos de
escuchar ahora bruscamente nos rompería en dos, cuando ya nos estamos rompiendo
en fragmentos al no pararla, clavándose
los de uno en el otro, saboreando labios que se aprietan más en los
versos clave, y que toman aire en los solos.
El aire del otro por supuesto, que en este sentir nos hemos
pegado de tal modo, que el oxígeno nos va a faltar tanto, tanto, que perderemos algún
tipo de capacidad, la de evadirnos quizá de este momento, quedándose para
siempre en nuestra cabeza.