La música demasiado alta en mis oídos, hasta ser dañina.
Pero dañina es también tu manera de tocar algunos temas.
Busco pasos que resuenen tras los míos, aun en calles
desiertas, aun con gotas suspendidas de la noche. La oscuridad es una promesa
que a menudo se encoge.
Si el error llega, o me dirijo a él sonámbula en vida, es un
misterio que aún no he decidido resolver. Pero aquí estamos, él y yo una vez más,
apostando por no ser indiferentes, por mirarnos primero con disimulo, por
empujar a todo el que se ponga en nuestro camino después, la mirada fija.
Es este deseo de dolor, este puñal apenas clavado, que trato
que hundas más y más con tal de llegar a tus manos.
Sé que he subido aún más la música, sé qué es lo que
quiero escuchar. He descartado la opción de contestarte a nada. Se conoce a
alguien por lo que dice y por lo que calla,
y yo voy pidiendo a gritos el beso, mientras mudos mis pies patalean,
suspendida de tus dedos, por el cuello, a peligrosos y excesivos centímetros
del suelo.