Te querré hasta la bomba, decía.
O dije, no lo sé.
La bomba llegó, como era de prever en aquel entonces. Y
menos mal. Menos mal que algo alteró el orden en que vivíamos, que nos sacó de
nuestros planes. Que puso una excusa razonada, comprensible, para acabar con
ello, sin parecer cobardes. -Es por la bomba, ahora hay mucho que hacer, no
puede uno dedicarse a otras cuestiones, con tanto pendiente-.
Pero la bomba estaba ahí, antes de explotar. La conocíamos,
sabíamos de su poder, y nos aprovechamos de él como víctimas. No alteró el
orden, lo impuso. No nos sacó de nuestros planes, ella estaba en nuestros
planes. Nuestra excusa, razonada, comprensible, no dejó de ser una excusa, para
no ser valientes.
-Es por la bomba-, decíamos. -No puede uno tomarse una bomba
como algo personal-. (Pero sí puede usarla para despersonalizarlo todo).