viernes, 1 de abril de 2016

Pedimos guerra y hubo paz, simbólica, hasta hacer desesperar.

Roto el vidrio, y con más sangre en la cabeza que en las piernas que corrían en tu dirección, no conseguí alcanzarte.

Diez carreras después, desplomados dos cuerpos en la acera contraria, vi demasiadas luces apagarse de golpe, y ruidos colapsando mi cerebro hasta dejarlo en blanco.

Me aferré a algo frío y consistente, y le confié mi cuerpo, por si alguna especie de marea trataba de arrancarlo de mi lado.

La que se fugó fue la mente. Se desplazó, primero apenas un metro, después tan lejos que no supo volver.


Resuelta a no ser cadena ni ancla, se deshizo de todo lo imperturbable, pues no hacía más que detener el baile de las mechas, en las pupilas.

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