¿No os sentís terriblemente solos?
No hablo de esa soledad en la que uno se hace a sí mismo,
cuando nos presentamos por nuestro nombre ante el espejo, cuando la música se
hace vapor y se nos cuela por los ojos, haciéndonos ser felices, de esa felicidad
sin nombre y sin más rasgo que una boca entre abierta con un abismo al que
llamamos sonrisa, el cuál saltamos sin importarnos las consecuencias, porque
somos nosotros, siendo nosotros.
No.
Hablo de esa soledad que no es oscura, que es de un gris
pálido que a veces ciega, que nos hace ver desiertos,
pero con caras y más caras, conocidas y sin conocer, caras y caras allá donde
mute nuestro pensamiento. Pero solo eso, caras, sin ser que las habite, sin ser
con quien compartir nada. Esa soledad, ese sentimiento de que nadie en este
mundo ve desde el mismo punto que tú ves, ni siente desde el mismo sentimiento
que tú sientes, ni llegará a entender las pocas claves que crees haber
desvelado de este misterio que habitamos. Y te cae sal húmeda al bajar los párpados
mientras miras por la ventanilla de algún interurbano, preguntándote, ¿habrá alguien
ahí fuera?
No hay comentarios:
Publicar un comentario