La pared está ahí. Al
principio es de algún material leve, casi líquido. Sólo
la miras con curiosidad mientras caminas tranquilo. Según empieza tu
aproximación, empieza su transformación a un material más sólido.
Entonces la curiosidad se acelera, al ritmo de tus pasos, y conforme
crece una aumenta el otro, hasta verte emprendido en una carrera sin
medición de aliento, con vistas a estrellarte con la mayor fuerza
posible, para, una vez sufrido el golpe, no poder ni recordarlo.
La debilidad buscada, o
la incapacidad de ser fuerte sin quebrar tus muros.
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