sábado, 29 de diciembre de 2012

Permíteme que comparta.


Hay una calle en Usera, Madrid, con un local singular, como tantos.
Es este barrio del poco agrado de bastantes, y sin embargo a mí me gusta, o me está gustando.
Hay hombres con abrigos caros, de paso, gente con facciones poco sanas, niños,  y niños que dejaron de serlo ayer. Españoles los justos, y extranjeros seguro que demasiados, en opinión de algunos.
Edificios bajos y antiguos, tiendas que persisten frente a cadenas nuevas, escondites a mano en cualquier parte, y talleres con la música bien alta (y no mala), frente a un extraño silencio que se desliza por sus calles.

Hay, como he dicho, una calle en Usera, Madrid, con un local singular, como tantos, como pocos.
Es pequeño y aguanta un cartel que, en español, dicta gimnasio, rodeado de letras chinas, cuyo significado no alcanzo. (No cometamos la ingenuidad de presuponer que copia lo dicho en nuestra lengua).
La fachada está pintada en un verde suave, o quizás descolorido. Cuando la puerta ha estado abierta, he podido ver un sofá desgastado, una mesa y un hombre oriental sentado frente a ella. Pero un día, el día, en el sofá había dos niños, y el hombre, de pie, se esforzaba por hacerlos reír, con no sé qué argumentos.

Cada uno recorre unas calles, y cada calle tiene lo suyo, lo de tantos, lo de tan pocos. Esto es lo mío. 

1 comentario:

  1. Es entonces cuando realmente te das cuenta de que la riqueza está en los pequeños detalles, y que hasta la calle más olvidada del barrio más olvidado puede estar llena de ellos.

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